ESPIRITUALIDAD ANDINA

EL CULTO A LOS MUERTOS Y LA LLEGADA DE LAS ALMAS, EN LA QUEBRADA DE HUMAHUACA Tilcara, noviembre 2009

Es tiempo de re-encuentro con las almas que han partido. Por tal motivo, los que participan de este culto dedican el 1º y el 2 de noviembre para recordar, conmemorar y regocijar a sus difuntos queridos con rituales que lejos de haberse diluido en el tiempo, por el contrario siguen vigentes cada vez con más fuerza.

Así como en tiempos incaicos, los muertos (sus momias) eran sacados en andas homenajeándolos con bebidas, comidas, bailes y cantos en un clima festivo, hoy, muchos de estos ritos siguen todavía presentes en las tradiciones de los pueblos andinos, (el Aya Marcay Quilla, en “La Nueva Crónica y Buen Gobierno” de Guamán Poma de Ayala, 1535-1617, explica que el mes de noviembre correspondía al mes de los difuntos, que de acuerdo al ciclo agrícola incaico, marcaba el inicio ceremonial del año). La concepción andina del alma se ha conservado: las almas, los difuntos, retornan cada noviembre brindándoseles ofrendas para pedir así que intercedan a favor de los vivos, con el sentido de reciprocidad propia de la cultura andina.

Dentro de esta creencia los difuntos sienten hambre y sed, y las almas “nuevas”, aquellas que fallecieron antes de tres meses del último año, retornan sabiendo que sus deudos quienes aún no se han sacado el luto, los esperarán con un banquete desplegado en una “mesa” en la cual han sido depositadas figuras hechas de harina, en una “milagrosa transformación de la harina en masa y la masa en ofrendas”. Así mismo, se han dispuesto comidas y bebidas todo en relación con los gustos del difunto, sin hacer faltar las hojas de coca, la chicha y los cigarrillos, siempre presentes en todo ritual andino.

LAS OFRENDAS

Los días anteriores al armado de la mesa ritual del 1 de noviembre, toda la familia, los vecinos y miembros de la comunidad, se abocan a la preparación de las ofrendas de pan, panes dulces y salados, que tienen características especiales para la ocasión. Los niños guiados por las mujeres, realizan el amasado y la formación de las figuras que se convertirán en “ofrendas a las almas”. Para ello se da rienda suelta ala imaginación y a la creatividad recreando en el amasado variedad de animales, objetos, plantas, personajes, aves, peces .Manos creativas van recreando toda una magia de figuras. Una vez preparado todo, llega el momento de hornear en el horno de barro las figuras realizadas para ofrendar. El aire de Tilcara se puebla de atrayente aroma, antesala de la llegada de las almas que regresarán ala tierra a visitar a sus seres queridos. Los adultos participan en la preparación de la chicha y comidas típicas y la infaltable flor de cebolla quién lleva agua al espíritu.

Las personas que desean visitar donde hay “almas nuevas” y acompañar a los “dolientes” con rezos y charlas, caminan la noche del 1º de noviembre hasta el amanecer de casa en casa, cuyas puertas estarán abiertas. Una atmósfera especial se percibe en las calles de Tilcara la noche de recibir a las almas. En el interior, en una gran mesa en la cual se ha colocado una foto de la persona fallecida, se han acomodado cientos de figuras de pan, siendo éstas las ofrendas o “turkos” y teniendo cada una sus significados. Se pueden ver palomas, cruces, animalitos de todo tipo, soles, lunas, escaleras y torres (elementos éstos más nuevos relacionados con el pensamiento cristiano de “subir al cielo”), entre las figuras se destacan las tradicionales “guaguas” (niños, niñas) cuyo origen puede remontarse a los ritos incaicos.

Algunas familias invitan para el día siguiente, el “dos” como dicen ellos, a las personas que las han acompañado durante la noche, a “levantar la mesa de ofrendas” de las almas nuevas.

Al día siguiente, el 2 de noviembre, se va temprano al cementerio donde luego de escuchar la misa dedicada a los difuntos, se visitan las tumbas para su arreglo. Se depositan coronas multicolores hechas de papel o tela, salvo para aquellos que son “nuevos” y deben tener flores negras; se colocan velas, se llevan chicha, cerveza, vino, gaseosas y comidas que, conjuntamente con las amistades que acompañan, se disponen prolijamente sobre las tumbas para luego comenzar a comer, en una acción de compartir con sus difuntos los alimentos. Infaltable es la coca y los cigarrillos. Otro aspecto importante en el cementerio es la “cruz mayor” la cual es ofrendada con flores, velas, hojas de coca y cigarrillos, por aquellos que tienen sus difuntos lejos.

La “mesa” es generalmente “levantada” al mediodía, ofreciéndose antes un almuerzo. Las puertas de las casas son cerradas con llave a las 12 en punto, sin permitirse la salida de los invitados hasta que la distribución de la “mesa” y las bebidas se haya realizado totalmente. Esto lleva seis y hasta más horas. Para “levantar la mesa” se nombran dos personas que harán el reparto. Los invitados se reúnen alrededor de la mesa para “despedirse”, rezando y diciéndose con gran emoción palabras alusivas se recuerda al difunto. Luego, los presentes se sientan ordenadamente preparando bolsas o fuentes, para recibir las ofrendas. Todo se lleva cabo en un clima de gran armonía familiar, entre risas, bromas y chistes en los cuales se recuerda al difunto con sentimiento y sensibilidad.

Algunas ofrendas como cruces, escaleras, ángeles y guaguas se guardan para el “despacho de las almas” que se realiza en algún patio interior de la casa, cavando un pozo en la tierra. Los “dolientes” se despiden así de las almas, brindando, fumando y coqueando con ellas. Generosas son las manos que convidan todo lo que fue preparado con mucho cariño para las almas.

Finalizada la distribución de la mesa, se realiza un juego eligiendo un cura entre los presentes y quienes han recibido una “guagua”, niño o niña, deberán bautizarla. Se buscan padrinos y madrinas que pasarán a ser “compadres de pan”, prometiendo respetarse mutuamente para toda la vida. La ceremonia del bautizo es realizada mitad en serio, mitad en broma, entre risas y chistes.

Así, todos los 1º y 2 de noviembre, en un compartir valores que hablan de solidaridad, cooperación, religiosidad y espiritualidad y siguiendo una tradición trasmitida de generación en generación, se espera la llegada de las almas. Se elabora y se transforma, de este modo, el dolor de la pérdida en alegría, en la creencia del “retorno del alma” del ser querido, cada año.

G.I.A ( GRUPO DE INVESTIGACION ANDINA)

Luz Ovalle de Semino
Claudia Goldin